LOS OLORES DEL OLFATO

La perfumería y la gastronomía suelen considerarse artes menores, si no técnicas o ciencias, pero la base de estas ciencias, técnicas o artes menores – el olor y el sabor – son, sin lugar a dudas, las grandes carencias de las artes consideradas mayores, las siete clásicas y las que cuelgan – literatura, pintura, cine, por ejemplo. Proust fue quien definitivamente convirtió el olor y el gusto – su famosa madalena con te – en una explosión de recuerdos que emborronaron miles de páginas, ya que son estos sentidos los que más ferozmente despiertan la memoria del pasado. Leemos El festín de Babette pero el texto solo puede darnos unos leves apuntes de la realidad pantagruélica de olores y sabores de aquel magnífico cuento de Isak Dinesen. Paseamos por los mercados pestilentes de la película El perfume – o por las páginas de la novela original – pero sólo podemos imaginarnos la terrible experiencia de su malos olores. Vemos los bodegones del barroco pero no podemos sentir el perfume ácido de los limones, del vino que reposa en los jarros o de las aves ya ligeramente pasadas. Qué maravilla sería sentir el olor de los huevos fritos tan magníficamente pintados por Velázquez antes de ir a comernos unos rotos en el barrio de las Letras de Madrid. O embriagarnos con los innumerables ramos de flores que multiplicaron incansables los pintores holandeses. 

La exposición “La esencia de un cuadro. Una experiencia olfativa”, que se puede ver en el museo del Prado, quiere poner remedio a esto. Ante el cuadro El olfato, de Jan  Brueghel el viejo, el perfumista Gregorio Sola ha creado diez fragancias de elementos que salen el cuadro y que el espectador – en este caso también oledor – puede sentir en vivo y en directo: ‘Alegoría’, ‘Guantes’, ‘Higuera’, ‘Flor de naranjo’, ‘Jazmín’, ‘Rosa’, ‘Lirio’, ‘Narciso’, ‘Civeta’, y ‘Nardo’. Paseamos la mirada por el cuadro y ante la higuera podemos sentir el olor como si nos paseáramos por un camino mediterráneo en pleno verano. La civeta no ofende con su hedor desconocido para la mayoría. El nardo – su imagen y su perfume – nos incitan a recordar versos gitanos de García Lorca. Una experiencia única que recordaremos con añoranza ante los bodegones de Sánchez Cotán o Zurbarán.